viernes, 10 de diciembre de 2010

Un bolo en las afueras de Madrid







Capítulo 1

“Un bolo en las afueras de Madrid”



“¡No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente!”. Tras pronunciar por enésima vez su frase favorita de Pérez Reverte, que hiciera famosa aquella saga de novelas, se retiro de la plaza.

Mario Eiranova era el Capitán Alatriste los jueves, los viernes Don Quijote y los sábados un monje. No era demasiado alto para esos papeles, pero tenía suficiente desparpajo para llevarse de calle a un público entregado, generalmente no muy exigente, que acudía a las visitas teatralizadas del centro de Madrid.

Era atractivo y estaba dotado de una fotogenia particular, vivía intensamente sus personajes, por eso siempre tuvo claro que podría interpretar. Sus estudios de arte dramático en la escuela del Ayuntamiento de Madrid, no le ofrecían un panorama laboral deslumbrante. Sin embargo, al menos trabajaba de lo suyo, algo que no habían conseguido la mayor parte de sus compañeros.

Trabajar con turistas era cómodo, conocía a mucha gente, quien sabe si algún día, alguien del público, era un director de casting o le recomendaba a una productora. Por otra parte le permitía improvisar, y en eso consistía lo más excitante y arriesgado del teatro, dejarse llevar para actuar sin red.

Vivía solo en una apartamentucho oscuro en una corrala rehabilitada en la Calle de Jesús y María, muy cerca de la plaza de Tirso y de la filmoteca. Esto no dejaba de ser curioso por su falta de fe en Dios y en sí mismo, además de por su sueño de trabajar en el cine. Le gustaba colarse en el cercano Teatro Monumental, para explorarlo, como el que visita un lugar abandonado. Allí pensaba en todas las historias vividas en ese espacio, técnicamente obsoleto, bastante descuidado. Y mirar los almacenes, la tramoya, la sala de telones… Incluso ayudaba de vez en cuando a los chavales que montaban o desmontaban los escenarios de conciertos, porque desde hacía algunos años, solo se utilizaba para actuaciones musicales y de una orquesta sinfónica.

Había algo inquietante en la mirada de Mario, por una parte podía ser serio y desafiante, en parte amenazador. Sin embargo también podía mirar de forma interesante, generosa, cálido y acogedor.

La mirada con la que recibió aquella mañana a Rosa Belmonte, era de las primeras.


-Dichosos los ojos- dijo entre dientes- Hacia mucho que no sabía de ti.


Tenía un curriculum en varias agencias de actores. UnoActors, le había proporcionado algunos anuncios, otras veces figuraciones. Pertenecía a la cartera de Rosa, una chica de unos treinta y tantos con más vocación comercial que artística. Mas que su agente era una conocida que de vez en cuando le hacia alguna oferta.

-Mario, tengo una vacante en una empresa de animaciones, sé que no es el papel de tu vida, pero quizá te interese- le soltó como saludo, mientras se quitaba un abrigo largo de paño negro, y dejaba a la vista un cuerpo atlético envuelto en unos vaqueros ajustados con unas botas altas y un jersey azulón de cuello alto.


-Al fin y al cabo, está bien pagado.- Continuó- Es mañana, un bolo en las afueras de Madrid. No sé más. Te enviaran un contrato por email, lo lees y se te interesa lo imprimes y lo llevas firmado el mismo día.


-Le echare un vistazo, pero no te confirmo nada.


No le gustaba salvarle el culo siempre en el último momento. Pero andaba mal de dinero, así que no tenía más remedio. Siguieron hablando del mundo de actores y del teatro. Compartiendo información sobre sus conocidos comunes. Él sabía que le agradaba a Rosa, que si cediera a sus miradas podría estar con ella. Pero se resistía a vivir el cliché del actor liado con su representante. Había morbo en aquella historia.

Después de un par de cervezas, se despidieron amablemente y al llegar a casa, Mario ya tenía un email en su cuenta con el siguiente texto:



From: contrataciones@unoactors.com
To:mario_m@mailbox.com

Date: 27 November 2010 14:24:03 PM

Estimado Señor M.E.:
Nos complace invitarle a participar como colaborador en una reunión que se celebrará el domingo, 28 de noviembre de 2010 en una localización cercana a Madrid. Por favor imprima el contrato adjunto, fírmelo y llévelo al evento. Un coche le recogerá una hora antes en su domicilio. Con el fin de garantizar su propia seguridad y la de los asistentes no difunda esta información.

Adjunto a aquel email figuraba el contrato estándar, donde se cedían los derechos de imagen y videográficos para una actuación. Así como los aspectos básicos. No le dio demasiada importancia a que no se mencionara el lugar, puesto que las localizaciones de los rodajes se conservaban en secreto para evitar espontáneos, o podrían variarse en el último momento por causas meteorológicas. Volvió a mirar el correo disgustado, por no encontrar ningún guión. Decepcionado, supuso que no tenía ninguna frase y actuaba como extra o figurante.


-Otra trabajo basura de Rosa- pensó.


A la mañana siguiente trabajaba en un centro cívico. Estaba haciendo un cuenta cuentos de animación a la lectura que tenia apalabrado con una editorial para promocionar una colección nueva, donde los protagonistas de los cuentos eran los personajes de los libros. Acabó bastante tarde, cuando quiso coger el cercanías y luego el metro para volver a casa, ya había pasado media tarde.

Lo primero que hizo fue tomar una ducha para terminar de desconectar del trabajo. Estaba convencido de que el agua arrastraba consigo partículas de los personajes que se quedaban adheridas por todas partes. Merendó un bocadillo de queso y mientras comía, buscaba convocatorias para algún casting en Internet.

Estaba poniéndose una camiseta térmica y unos pantalones marrones de travesia, para aguantar una noche de trabajo, probablemente a la intemperie, cuando sonó el móvil.


-Hola, soy el chofer de la productora. He venido a recogerle.


-Bajo en unos minutos.


Mario terminó de prepararse, salió de casa y atravesó el patio interior que comunicaba la casa con el portal.

Eran las ocho de una tarde de invierno de Madrid, el cielo había estado nublado desde la mañana y el frío no se había ido en ningún momento del día. Un hombre alto con ropa de conductor, una camisa blanca y corbata azul, le estaba esperando en un Wolksvagen Touareg azul marino. Se montó en el coche y tras un escueto “buenas noches”, arrancó el coche.

Tras salir un poco de las calles del centro, enfilo por la calle Segovia con dirección a la M-30. El coche tenía unos acabados excepcionales y era inmenso, estaba equipado con todo tipo de detalles. Mario le preguntó al conductor, a donde se dirigían y entonces el tipo con una expresión bastante seria y cortante le contestó:


-Vamos a coger la carretera de la Coruña. No puedo comentarle más.


Parece que le había tocado el típico conductor renegado que no habla. Una hora después, antes de llegar al túnel de Guadarrama, el conductor tomó una salida y tras avanzar unos kilómetros por una carretera comarcal, abandonó los caminos asfaltados. Se encaminó por una pista forestal y empezó a integrarse en la sierra.

A partir de ese momento se sintió totalmente desorientado, la ausencia de carteles y cualquier tipo de referencia empezó a agobiarle.

Al cabo de unos minutos, un escalofrío le recorrió el cuerpo, ya no sabía dónde estaba. Y de repente el trabajo le dio mala espina. Se toco la pierna donde tenía el móvil, era bastante nuevo y tenia GPS, así que aunque le llevaran a ciegas, cuando llegara podía saber donde estaba. Se acomodó mejor en el asiento y cerró los ojos para relajarse.

El conductor siguió evitando carreteras y transitando caminos durante una hora más, tiempo que Mario paso adormecido, de puro aburrimiento. Hasta que el coche paró.

-Ya hemos llegado. Me han dicho que le entregue esta mochila. Y le tendió una bolsa deportiva que tenia sobre el asiento del copiloto.

Bajó del coche y se encontró a los pies de una edificación antigua , poco iluminada que no distinguía con claridad, solo veía una senda iluminada por unas farolas de poca altura. Estaba completamente solo, ningún tipo de camión ni caravana que caracterizan siempre los set de rodaje.
Oyó alejarse el ruido del motor del coche que lo había traído y saco el móvil.


-¡Joder! Dijo en voz alta. No había cobertura ni señal GPS. Tenía que haber avisado a alguien.


No recordaba haber visto antes ninguna edificación de ese estilo, si es que seguía en el norte de Madrid o quizá en una provincia limítrofe.

El camino terminaba en una explanada que se comunicaba con el edificio principal por una especie de puente sobre un foso.

Mario no podía hacer otra cosa que seguir caminando, un viento helado le cortaba las manos y las mejillas. Avanzó pensativo por el camino de grava, mientras se escuchaba únicamente el sonido de sus pasos sobre las piedrecitas en medio de la noche. Conforme caminaba sacó de la mochila que le habían entregado un walkie, una linterna y una cartulina con un dibujo.






Una voz neutra sergió del aparato que se había colgado del cinto:

-Diríjase al punto de encuentro, es el número 2 del plano. La sala del horno.

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