domingo, 12 de diciembre de 2010

El club Bildeberg







Capítulo 3


Barcelona, Septiembre de 1989.

Hotel Gótico en vía Laeitana. Bien vestido, con un traje negro, pañuelo morado en su bolsillo izquierdo y corbata roja, hizo su entrada un hombre alto acompañado de su séquito personal. Tanta gente de seguridad alrededor de una sola persona le daba un toque de cierta importancia.
Multitud de medios de comunicación se situaban al otro lado de la puerta. Flashes constantes le deslumbraban los ojos. Tras saludar a todos los guardias de la puerta del hotel se dirigió hacia el ascensor con paso firme. Durante el camino no pudo evitar fijarse en la decoración del hotel, un arco apuntado que deja paso a una entrada, desde la cual se puede observar la maravillosa bóveda de crucería.
Se abrieron las puertas del ascensor y entro con él su hombre de confianza. El botón marcaba la sexta planta, y tras unos instantes de miradas perdidas se rompió el silencio al preguntarle a su acompañante.

-¿Han llegado todos nuestros invitados?, Valentín.

-Todos sin ningún problema. El último en llegar como siempre ha sido nuestro colega David. – David Rockefeller, fue cofundador de dicho foro en 1954. El foro fue llamado club Bildeberg.

-Lo esperado. – Henry sabía que hacía 15 años que el miembro más ilustre del club, David, había dejado de ser tan activo como antes.

-¿Todos saben que tienen que estar sin falta a las 10 en la catedral? – Pregunto Henry.

-Si, no se preocupe están avisados, el acceso deberá realizarse por la puerta trasera, justo por la zona al acceso al convento. – respondió Valentín.

-¿Esta toda la vigilancia activada?

-Tenemos 100 policías locales a nuestra disposición. Esta toda la catedral acordonada, y en todos los hoteles en los que se encuentran nuestros invitados hay seguridad privada. – La cara de Valentín mostraba el estrés de un duro trabajo en los últimos días.

-Perfecto. – Esta era la primera vez que Valentín asumía directamente la dirección del evento. Además lo hacía en su país natal. – Sabía que estabas sobradamente preparado para organizar este evento. No me equivoqué cuando despedí a aquel estúpido inútil italiano. – Exclamo Henry con cara de cortesía.

Justo en ese momento se abrieron las puertas del ascensor y los dos hombres salieron de él.
El salón principal de la sexta planta, donde estaban situadas todas las suites, mostraba la categoría del hotel. Unos amplios pasillos a cada lado con lámparas con forma de gotas de lluvia se multiplicaban desde el techo y marcaban el camino hacia las habitaciones.

-Henry, es la suite 601. Esta aquí a la derecha. – Le indicó Valentín a Henry.

Caminaron durante unos pasos y se situaron delante de la puerta de la habitación, Valentín sacó la tarjeta electrónica e insertó la llave electrónica. Se abrió la puerta y se pudo ver la majestuosa suite presidencial del hotel.

-Excelente elección Valentín. – Henry mostró cara de aceptación.

Ambos entraron a la suite.

-Valentín, una última cosa antes de que te vayas, ¿sabemos si nuestro amigo Federic ha traído “el paquete”?

-Sí, David. No se preocupe, lo ha traído y hemos reforzado su seguridad.

-Esperemos que todo funcione correctamente, y que no tengamos sobresaltos. – Dijo Henry con cara de preocupación.



Cerca de aquel lugar, desde lo alto de la buhardilla de un edificio colindante, se observaban unos prismáticos; unas manos blancas y sudorosas como esponjas, marcaban cierto estado de nerviosismo.
Llevaba más de ocho meses preparándose para la próxima hora. Tras él, una pared llena de recortes de periódicos, nombres y localizaciones de la ciudad de Barcelona. Eran más de sesenta alrededor de su agitada cabeza, entre todos ellos habían dos marcados: David Rockefeller y Federic Rettinger.
De repente, sonó el teléfono móvil. Soltó los prismáticos y se dirigió a cogerlo. Es en ese momento se vió su rostro. Su cara mostraba el paso rápido de los años de una vida descuidada; barba de un par de días, pelo largo, ojeras muy marcadas.
Su vestimenta era una la larga túnica negra, pero a pesar de ello, por debajo se dejaban ver unos largos y grandes tatuajes que parecían ser nombres, en su brazo izquierdo, mientras que el derecho mostraba una venda que marcaba una lesión reciente.

-Pronto- Contestó con voz débil.

-Están a punto de salir los invitados hacía el punto de reunión. ¿Sabes lo que significa eso? – Indicó una voz fuerte al otro lado del teléfono.

-Entendido, no se preocupe. Llevo más de dos meses preparándome, se donde y cuando debo aparecer.- Mostró cierta tranquilidad por primera vez. Cuando tenga el paquete me pondré en contacto con usted para que me facilite la siguiente información.

-Perfecto, espero que cumpla con su labor a la perfección o sino sabrá lo que le puede pasar. Somos una sociedad que no nos gusta dejar clavos sueltos… - indicó la voz telefónica con tono de amenazante.

-Yo soy el primer interesado en poder acceder a vuestra sociedad, y sabe que daré mi vida si es necesario. Es cuestión de honor, y más sabiendo cual es mi historia. – Le cambió de nuevo el gesto de la cara marcando unas arrugas bien profundas en la frente.

-Perfecto, no dudo en ello. Pero sólo le avisaba. – Justo en ese momento se colgó el teléfono y se escuchó un pitido telefónico.

El hombre de la túnica miró el móvil, lo apagó y comenzó a recordar todos los años de duro trabajo que había pasado trabajando para el club bildeberg codo con codo junto con su ex - amigo Henry.
Alexandros, como se hacía llamar había pertenecido durante mucho tiempo al club bildeberg . Fue introducido por su padre, un famoso integrante, aunque nunca llegó a tomar mucha confianza con el resto de los miembros. A pesar de ello, llegó a ser una pieza importante debido a su duro trabajo y compromiso, hasta que hace aproximadamente un año sucedió algo inesperado. Se vió inmerso en un proceso penal por abusos a un menor. Fue condenado a 5 meses de prisión y provocó su expulsión automática.
Alexandros cumplió su condena y tuvo mucho tiempo para pensar, y sobre todo para que surgiera en su interior un sentimiento de venganza tras el mal comportamiento que tuvieron, según su parecer, sus colegas del club.
Volvió a la realidad y dejó su móvil en el bolsillo del traje negro que portaba por debajo de la túnica.
Justo en frente de él, en la estantería de color gris, se podía ver una alargada daga con un filo perfectamente afilado. La cogió y la colocó en su espalda, mostrando cierta habilidad en su manejo. Revisó su alrededor, recogió un informe situado sobre la mesa principal y se miró en el espejo escondiendo el traje que guardaba debajo de la túnica; entonces se subió la capucha tapando su cara, abrió la puerta de la habitación y observó el nombre que marcaba el informe: Federic Rettinger.




A unos dos kilómetros de la catedral de Barcelona Federic Rettinger, famoso empresario francés, dueño de unas de las multinacionales más importantes del momento, se disponía a salir del hotel en el que se hospedaba.
En su mano izquierda portaba un maletín plateado, esposado a su mano según las indicaciones que los dirigentes más ilustres del club le habían dado hacía ya casi un año. El maletín había sido depositado el pasado año en un famoso banco de Ginebra, y esa mañana había sido recogido por él mismo, justo antes de tomar el vuelo y dirigirse a la ciudad condal para la reunión anual del club.
Este año era la primera vez que se realizaba en España, aprovechando la apertura de dicho país a la unión europea, y la localización no podía ser más espectacular, la catedral de Barcelona.
La catedral poseía tres entradas, una principal y dos laterales; una de ellas coincidía con la entrada al convento de los Agustinos. La otra había sido destruida durante la guerra civil española y estaba totalmente inservible.

-Señor Rettinger, la limusina está preparada, ya podemos salir. – Le indicó el jefe de seguridad del hotel.

-Merci beaucoup – dijo Federic con cara de amabilidad, justo en el momento en el que sale del hotel y se sube a una espectacular limusina de 6 metros. Junto a él se subió el jefe de seguridad y tras comprobar que todo estaba correcto, el coche se puso en movimiento en dirección a la puerta del convento de la catedral.

-Señor Rettinger, tengo la obligación de indicarle cual va a ser el protocolo a seguir en el momento en el que se baje del coche. – Indicó el guarda de seguridad.

-No se preocupe. Llevo muchos años asistiendo a estas reuniones…- Dejo entrever una cara de consideración.

-Si señor Rettinger, pero esta vez es especial. – dijo el guarda mientras señalaba el maletín que colgaba de su mano izquierda.

-Bueno continuemos con el formalismo. – Prosiguió el guarda. -Al parar el coche delante de la puerta del convento, le recibirán una serie de monjes que le acompañaran al interior. Debe seguirlos al interior.

Federic movió la cabeza marcando su aceptación.

-Una vez en su interior le saludaran cada uno de ellos; recuerde que debe hacerlo con la mano derecha. –En este punto el guarda acentúo su entonación marcando que era un dato muy importante.

-Perfecto. –Asintió Federic.

-Después de ello, será recibido por el señor David, y será dirigido por él a la instancia principal donde se realizará la reunión. – Continuó el guardia - Recuerde, yo siempre estaré a su lado.
En este momento, se sacó del bolsillo de la chaqueta un objeto y continuó.

-Le doy este pequeño radiotransmisor. Con él estaremos en contacto en todo momento durante el instante de la salida de la limusina. Debo mantener una distancia prudencial entre usted y yo. ¿Ha entendido todo? – Finalizó el guardia.

-Perfectamente – Asintió Federic con cierto nerviosismo. Sabía que había estado luchando durante muchos años para conseguir la confianza de sus colegas, y que ahora era el momento de no fallarles.




Desde el interior del convento, el Señor Henry no paraba de recibir a los invitados. Pero el siguiente era especial. El señor Federic, su gran amigo. Henry había convencido a todos los socios del club de que Federic era el más apropiado para dicho cargo. Tenía grandes dotes, era un famoso empresario, y gerente de varios de los bancos más importantes de Suiza. Era sin duda el candidato perfecto para el salvaguardo del “paquete”.
De repente, se aproximó Valentín al señor Henry y le dijó al oído:

-Henry, el coche de Federic está en la puerta. Vamos a proceder a su entrada al convento. – Dijo esperando el consentimiento de su colega.

-Que procedan…-contestó Henry.

Al otro lado de la calle, el guardia del señor Federic recibió el ok para poder proceder a la entrada al convento. Primero bajo él, junto con sus 3 compañeros, revisaron los alrededores de la puerta y entonces le indicaron al señor Federic por radiofrecuencia que podía salir del coche.

-Señor Federic, puede salir del coche, acérquese al grupo de monjes sin entretenerse mucho – Indicó el guardia.

-Entendido… – Federic comenzaba a sentirse un poco cansado de tanta seguridad.

Bajó del coche y se dirigió hacia los monjes con paso firme. A llegar a su altura observó la majestuosa catedral por un momento. Les realizo una reverencia a los monjes en señal de cortesía por su hospitalidad. Segundos después se creó una fila de monjes, entendiendo que debía seguirles hacia las escaleras que daban acceso al convento.

-Señor Federic, debe seguir la fila hasta el interior. Nos vemos en el interior en unos minutos. – Indicó el guarda.

Federic siguió a los monjes hacia el interior del convento, subieron las escaleras ocres que daban acceso al convento, y cuando ya estaban a la vista del señor Henry y habían sobrepasado las puertas de acceso, rompieron la fila y se situaron en línea horizontalmente con respecto a su invitado.
Federic entendió que era el momento de darles la mano y saludarlos, así que se acercó al primero de ellos y le dio la mano. Aquel primer apretón de manos le tranquilizó. Luego vino el segundo, el tercero, así hasta que se acercó al penúltimo, mientras Henry observaba desde el otro lado de la cámara como su invitado saludaba cortésmente a los dueños de aquel convento.
Cuando Federic llegó al último de los monjes, algo raro observó en la mano derecha de aquel monje. El monje estaba lesionado de su mano derecha, así que el monje le ofreció la mano izquierda. Federic sin pensarlo, cambió de mano y fue a saludarlo con su mano izquierda. Justo en ese momento algo sucedió. El último de los monjes con una destreza propia de un monje Shaolin se levantó la capucha, sacó una daga de detrás de ella y con su mano derecha “herida” la empuñó y dio un corte certero en la mano izquierda de Federic. El corte le seccionó la mano de tal modo que las esposas dejaron caer “el paquete” al suelo.
Federic comenzó a gritar, alertando a todos los guardias que lo escoltaban y que estaban situados un poco por detrás de ellos. Todos ellos se lanzaron hacia el interior del convento, pero ya era posiblemente demasiado tarde.

-Alerta roja!. – dijo el guardia personal. – Hemos perdido “el paquete” establecer el perímetro. Llamar a una ambulancia! .Quiero un grupo que me acompañe al interior, debemos encontrar a ese hijo de puta!.

Toda la seguridad comenzó a establecer el perímetro, y comenzaron a moverse sin control de un lado para el otro.
Henry y Valentín observaron la escena con cara desencajada. Ambos intentaron seguir al monje hacia el pasillo, pero Henry era demasiado mayor y Valentín lo perdió justo en una esquina del pasillo principal.

-Señor hacia donde fue el monje – Preguntó el guarda.

-No lo sé – contestó angustiado – Se dirigía hacia el pasillo principal y lo perdí. No debe de andar muy lejos.

-No sé preocupe, no tiene salida. Tenemos todas las salidas bloqueadas y un cordón policial de medio kilometro. Lo cogeremos más tarde o temprano.

-Tenemos que recuperar el paquete lo antes posible. – Exclamó Valentín, justo en el momento en el que Henry llegó a la altura de ellos.

-Avisen a todos los invitados, deben volver a sus hoteles lo antes posible, estamos en estado de alerta!. – Dijo Henry al borde del desmallo. – Debemos fijar una reunión lo antes posible de todos los miembros en otro recinto para tomar medidas acerca de lo sucedido.

Valentín asintió, e indicó al guardia:

-Juan – Le dijo Valentín al guardia – Pongo en ti toda la responsabilidad de la búsqueda del sospechoso. Coordínese con la policía por si saben algo, pero recuerde que el paquete es nuestro, y de ningún modo puede ser interceptado o revisado por la policía.

-De acuerdo, no se preocupe. Ustedes vayan por la derecha, ustedes tres revisen la azotea, y ustedes dos acompáñenme hacia el interior de la catedral. – Indicó Juan, y se marcharon todos ellos corriendo.



A unos metros de allí, en una antigua instancia cuyo acceso era secreto, se encontraba Alexandros. Dejó caer su túnica y observó el maletín. Al mirarlo algo le llamo la atención. Poseía un código de segridad para poder abrirlo. No recordaba que este código existiese hace un año.
Sacó el teléfono móvil de su bolsillo y lo encendió. Entonces llamó a su contacto.

-Pronto. –Contesto el otro lado de la línea.

-Ya tengo el maletín. Pero existe un problema. –Indicó Alexandros.

-¿Cual? – Dijo con voz de sorpresa.

-El maletín tiene un código para abrirlo, el cual desconozco.

-Ok, tendremos que encontrar una solución. Diríjase con el paquete lo antes posible hacia aquí.

–Ordenó la voz del otro lado la línea.

Se finalizó la conversación y colgó el teléfono.




A unos 600 kilómetros de allí, en la cuidad de Milán, se cuelga un teléfono. Dos personas se ponen a hablar entre ellas, y se deja escuchar sólo una frase:

-Que se preparen todos, estamos relativamente cerca de poder controlar el paquete, y quiero poder tomar las decisiones lo antes posible.

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